<<Cuerpo a cuerpo en la noche. (*) Casi desde el comienzo de la ofensiva, todo avance nuestro era seguido en la misma noche, de un furioso contraataque rojo contra las posiciones que unas horas antes habían sido tomadas. Tenemos el deber de hacer justicia al enemigo, porque ello, al fin y al cabo, no redunda sino en honor y gloria de nuestro insuperable Ejército. Mienten quienes al referirse a las huestes de la antipatria, no lo hacen más que con el calificativo de cobardes o con la afirmación gratuita de que huyen apenas se ven en un peligro serio. Si están perdiendo la guerra es porque nosotros somos los mejores, no porque aquellos que tenemos enfrente no sepan luchar. Para que no fallase la costumbre, aquella noche del 11 de junio, paréntesis abierto entre la conquista triunfal del Urculu y la magnífica jornada en que quedó roto para siempre el mito del “cinturón de hierro”, tuvo también su contraataque. Un contraataque feroz, encarnizado, terco, del que eran síntomas y presagios aquellas alarmas que, por unos segundos, habían alterado, con el repiqueteo de la fusilería, la paz solemne de la noche estrellada.
El combate, un combate feroz entre sombras que sólo rasgaba el relampagueo de los fogonazos, llegó a su momento cumbre. Las bayonetas brillaban a los tímidos resplandores de una indecisa luna.
Los rojos estaban realizando un esfuerzo supremo por reconquistar las excelentes posiciones perdidas horas antes. Ascendían los hombres por entre las breñas, asiéndose a los salientes de las rocas y a las raíces descarnadas de los arbustos, mientras desde arriba se les hacía un fuego mortífero. Y los hombres se desplomaban y rodaban de peñasco en peñasco, sin que el avance se detuviese ni se aplazara el cuerpo a cuerpo.
Entre tanto, por una de las cotas centrales del Urculu lograron filtrarse los rojos hasta las mismas crestas y poner pie en las zanjas de los parapetos. Pecho contra pecho, fusil contra fusil, bayoneta contra bayoneta, era disputada la posesión de las peladas rocas. Porque a puñetazos, a palos y a pedradas los bravos requetés se defendían. Acosados, empujados, materialmente trituradas sus maltrechas formaciones, los milicianos rojos fueron poco a poco desalojados. Otra vez el Urculu quedaba por España. Tapizadas sus crestas de milicianos que habían pagado con la vida la alcabala terrible de su loca aventura.
Pedro Gómez Aparicio. 1937>>
(*) Los contraataque gubernamentales se realizaban por la noche aprovechando que los franquistas no podían hacer uso de su aviación ni masa artillera. Las unidades que oficialmente participaron en el contraataque fueron los batallones vascos Sacco y Vanzetti y Abellaneda, así como los batallones asturianos 231 y 212, aunque hay evidencia del concurso de otras unidades. De ello hablaremos en un artículo posterior. El batallón Abellaneda, según la información del comandante Pablo Beldarrain,
mantuvo un combate cuerpo a cuerpo hasta casi el amanecer.
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